viernes, 26 de abril de 2013

La Realidad como un Haz de Rectas

Escribí este pequeño ensayo filosófico-matemático hace 5 o 6 años. No adelantaré más nada respecto del mismo, porque, por un lado, ya de por sí es demasiado extenso; y por el otro, creo que él mismo se explica de manera acabada.
Solamente diré que está dedicado a mi amigo Francisco Paschetta.


La Realidad como un Haz de Rectas.

Lo siguiente es una pequeña exposición mediante la cual voy a tratar de esbozar mi visión particular (y muy humilde) acerca de qué es aquello que los hombres han convenido en llamar “Realidad”, y si es o no concebible ésta en toda su vasta complejidad para un simple mortal. No pretendo con esta exposición convencer a nadie, ni mucho menos, ya que esto no es panfleto religioso ni ideológico ni político ni moral. Además, de tener éxito en tal intento, yo mismo atentaría contra los postulados radicales de mi teoría, contra su ulterior desarrollo, sus conclusiones y todo lo demás. Lo que significa que, en última instancia, mientras mayor sea el desacuerdo que presenten los eventuales lectores para con esta teoría, mayor va a ser el consenso que al mismo tiempo le brinden, y viceversa: mientras mayor sea el respaldo que le otorguen, menor será el apoyo que en definitiva le estén dando. (O bien, si se quiere, más ponen en jaque su veracidad).
No vaya usted a creer, querido lector, que esta vorágine de elucubraciones constituye la gran revolución del pensamiento, puesto que no es más que la presentación de la curiosa -y acaso didáctica- forma en que, por distintas circunstancias e inspiraciones, he llegado a visualizar someramente la naturaleza de la complejísima trama que es la realidad. Como no quiero convencer a nadie, seré tan breve como me sea posible; pero, aun así, procuraré ser lo suficientemente cauteloso como para no conducir a equívocos en la interpretación, y ahorrarle así al lector tediosas explicaciones suplementarias.
Comencemos. En el plano bidimensional, o en lo que se llama eje de coordenadas cartesianas, es posible situar un punto: un punto cualquiera, sin grandes virtudes, salvo dos: que sea un punto y que esté situado. A ese punto se lo denomina en la jerga “haz de rectas”, y tiene siempre una posición particular, dadas por sus coordenadas en los ejes X (abscisas) e Y (ordenadas) del plano bidimensional, el cual es, cabe recordarlo, esencialmente infinito.
Ahora bien, la razón por la que se le llama haz de rectas es que, mientras este punto sea único en el plano, admite que a través de él pasen infinitas rectas (o líneas), cada una de las cuales tendrá diferente pendiente (o inclinación), y también diferente ordenada al origen (o puntos de partidas en el eje vertical Y). Si existiesen dos puntos tales sobre el plano, sólo sería posible que a través de ambos pasase una única recta, la que tendrá determinada pendiente y determinada ordenada al origen.
Si usted me sigue, continúe leyendo en el próximo párrafo; si no, repase sus apuntes de matemática, o bien, si le place, deje de leer este articulo y póngase a hacer otra cosa. Da igual de todos modos.
¿Me sigue? Muy bien, continuemos entonces. Fíjese usted cuán curioso se torna todo a partir de ahora. Supongamos que otorgamos a ese punto en particular del plano (que, como dijimos antes, se llama “haz de rectas”) el valor de la realidad. O, en otras palabras, decimos que a la realidad podemos figurarla como un haz de rectas. Suponemos que ese pequeño punto en el plano infinito es, entonces, a partir de ahora, la compleja realidad.
¿Un poco asustado, estimado lector? ¿Acaso tal vez confundido? No se preocupe, ambas cosas son buenos síntomas. Significa que usted aún goza de buena salud, porque todavía esta vivo. Quien no padezca, de cuando en cuando, confusión o miedo, o bien está muerto, o bien es un perfecto imbécil. Le ruego entonces que continúe leyendo y quizás pueda usted disipar estas penosas perplejidades a la brevedad.
Prosigamos: si ese pequeño punto en el plano, con unas coordenadas determinadas en los ejes X e Y que determinan su posición, es la realidad, se preguntará entonces usted, con muy buen criterio, qué son las infinitas rectas que lo traspasan y que van en distintas direcciones. Muy bien, se lo diré, estas rectas son las fantasías de los hombres. ¿Cómo dice? ¿Las fantasías? Así es, cada recta se corresponde con la fantasía de un hombre (o mujer) en particular, con una determinada pendiente (o inclinación) y una determinada ordenada al origen (o punto de partida).
Que quede claro que cuando hablo de fantasía me refiero al cúmulo verdades íntimas, deseos, aspiraciones, anhelos inefables, todo aquello que es inalterable para el individuo, que constituye el combustible de su voluntad, y que es más bien para él un axioma, un cristal coloreado, del que se vale, consciente o inconscientemente, para decantar la realidad que le rodea. Todo lo cual lo hace de manera congruente con su propósito en el universo y en la vida en general (propósito que permanece, durante toda su vida, arcano para él). En otras palabras: su sistema de creencias.
Por otro lado, cada una de estas fantasías (representadas por las rectas) viene determinada por dos aspectos inseparables entre sí: su pendiente –o inclinación-, que representa, si se quiere, el perfil psicológico de cada uno; y su ordenada al origen –o punto de partida-, que representa el cúmulo de circunstancias que constituyen la coyuntura existencial de cada persona (en otras palabras, su situación vital concreta). Ambos aspectos, cabe recalcar, no son escindibles uno de otro más que en el contexto que demarca la abstracción ficticia del análisis.
Ahora bien, como dijimos, aquel ínfimo punto en donde convergen en su trayectoria estas infinitas fantasías es nada más y nada menos que la realidad; la cual, como se ve, es patrimonio colectivo de toda la humanidad. Y no una propiedad privada, como tienden a creer muchos…
¿Todavía sigue allí? ¿Cómo…? ¿No lo he espantado aún…? Bueno, continuaremos con la exposición entonces. Pero recuerde que todo esto es irrelevante a los fines prácticos, y puede usted abandonar la lectura cuando lo crea conveniente y dedicarse a sus menesteres cotidianos.
Bien, qué nos dicen entonces las coordenadas del plano, hablo de los ejes X (de abscisas) e Y (de ordenadas). No lo sé, nada en particular, no me ha sido posible asignarles un valor concreto sin desvirtuar el resto de la teoría. La simplificación del modelo nos prohíbe rotundamente asignarle una función específica a estos ejes. La teoría perdería riqueza didáctica si así lo hiciera.
Piense el lector, por lo tanto (y si lo necesita), que estos ejes sólo nos sirven indicar la posición de una realidad definida en términos que mantendremos indefinidos, pero que nos permiten ver que es posible, de alguna manera, diferenciarla de otras realidades análogas en el plano infinito. Y en cuanto a las rectas que representan las fantasías, como ya hemos esbozado, las ordenadas al origen nos indicarían de dónde vienen (algo así como su situación existencial), hacia dónde van (algo así como su propósito primordial), y su inclinación (algo así como las preferencias y aspiraciones, condensadas en eso llamamos “voluntad”).
Le suplico, estimado lector, que no se exaspere por la precariedad científica de mi modelo. Tenga usted muy en cuenta que no es un tema sencillo el que trato de explicar con este sencillo modelo. Por lo demás, es la mejor manera que he encontrado para hablar de estos temas. Sígame tan sólo un momento más; estoy a punto de terminar con todo este nudo matemático-metafísico.
¿Quién, en definitiva, dibuja ese punto que constituye la realidad en el plano, punto que es propiedad mancomunada de la humanidad? Yo, a semejante ente, le llamaría Dios. ¿Quién configura las fantasías de los hombres, articulando sus situaciones vitales e inclinaciones psicológicos, y luego se las asigna a cada quién en función de su propósito en el universo? El mismo ente supremo: Dios. Ahora bien, queda claro que una cosa está en función de la otra: o bien la realidad de las fantasías, o bien las fantasías de la realidad. ¿Cuál es el orden de prelación? ¿Cuál es el factor principal? En suma, ¿qué es lo primordial, la realidad o la fantasía? No lo sé. Le invito al lector a que ejercite su imaginación y ensaye alguna respuesta; yo le prometo que de nuestra parte será bien recibida.
En síntesis, lo que estamos postulando es que Dios no es tan sólo causa inmanente del universo en un sentido material (como creen los modernos físicos, y, a través de su influjo, la opinión vulgar), sino que lo es también –y no menos importante- en un sentido formal; esto es, en el sentido esencial que cada uno da a aquella entidad concreta y abstracta al mismo tiempo, aquella sustancia radicalmente dinámica que se ha dado en llamar “La Realidad”.
Conclusión: Para cada uno de los hombres, para cada uno de nosotros, es rigurosamente imposible elevarse por medio del pensamiento por encima de sí mismo y de la fantasía (o misión de verdad) que le ha sido adjudicada como patrón de sus ideas y anhelos, con el objeto de descubrir racionalmente su propósito en el universo y escrutar cabalmente la realidad que coadyuva a configurar. Porque, aunque la realidad sea una ínfima porción del campo ilimitado que conforman las infinitas fantasías humanas, algo así como la intersección entre todas ellas (haz de rectas), mientras el hombre más intenta comprenderla, ésta más se le aleja, adquiriendo en tal proceso superlativa complejidad. Pues bien sabemos todos que la porción de algo ilimitado es también ilimitada, por más pequeña ésta que sea.
La realidad se comportaría así como una doncella temerosa, la que, mientras mayor y mejor sea el cortejo de su galán enamorado, más esquiva y tímida se le revela. Esto sucede por una razón, principalmente: cada quién sólo dispone de una porción de la realidad, la suya propia, y aunque el esfuerzo por comprenderla que emprenda sea digno y monumental, jamás podrá franquear sus propios límites, los límites de su propia fantasía. La verdad es personal y relativa, y, por lo tanto, no es verdad. Es en sustancia única, pero en esencia múltiple. Tan sólo queda como certero el campo de las matemáticas y de la lógica abstracta, que no nos muestran otra cosa que los mecanismos de que se vale el raciocinio humano (no necesariamente similar al del Ente Supremo) para diseñar sus nociones y emblemas. Todo lo demás es, y seguirá siendo, mera especulación, mera conjetura (que, no niego, puede tener un número mayor o menor de adeptos).
Y si por ventura coincide nuestra opinión con la de algún prójimo, esta coincidencia es sólo casual, aparente y superflua, y tiene su raíz en las limitaciones de nuestro lenguaje y en la necesidad muy humana de “sociabilizar” (o, dicho más coloquialmente y en argentino, de “encajar”).
Aun así, mi querido y muy paciente lector, le ruego que no se desaliente. Le aseguro que vale la pena el enamoramiento, el cortejo, la frustración, el reencuentro, el beso y todo lo demás. Porque la realidad es esencialmente dinámica, y por lo tanto inaprensible. Está hecha de sucesivos e inéditos momentos. El gran desafío consiste en descubrir la trama personal que contiene cada uno de ellos, para así poder actuar libremente: desplegar nuestro ser verdadero. Puesto que, aunque la verdad no sea absoluta, aunque no sea sino personal y relativa, es lo más preciado que tenemos, y nos la debemos ganar. De esta forma, la realidad de que nos hagamos cargo es tanto más “real” cuanto mas individual sea, cuanto más inefable, y cuanto mayor sea el trabajo que nos cueste adquirirla.
Muy bien nos lo enseña el maestro Sócrates, quien fue un hombre que dedicó su vida al estudio de esta realidad inescrutable, sabiéndola inescrutable, cuando decía: “sólo sé que no sé nada”. O de manera análoga, Descartes, el padre del renacimiento cuando decía: “Pienso, por lo tanto existo”, y hablaba de Dios como la fuente absoluta de toda verdad. Pascal también nos decía que “la suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan”. Le propongo, por lo tanto, esta humilde síntesis: “PIENSO, POR LO TANTO EXISTO, PERO (EN RIGOR) NO SÉ NADA, Y POR FUERZA, NO ME QUEDA MÁS REMEDIO QUE CREER”.
¿Cómo…? ¿Que no está usted de acuerdo conmigo? Créame que no me extraña en absoluto.

viernes, 19 de abril de 2013

Primer poema

Como ya compartí con ustedes mi primer cuento, voy a compartir ahora mi primer poema completo.
Fue escrito hace unos 8 años. En el momento en que lo concebí, no había leído más poesía que el Infierno de Dante, el Martín Fierro y algún que otro poema de Almafuerte. (Quizá puedan notar algo del estilo solemne y barroco del florentino, aunque tal vez lo mío suene como un remedo ridículo). No puedo citar ninguna otra influencia poética (no es que no la haya habido; pero, en todo caso, excede mi memoria y mi consciencia).
A través de los años, y a medida que fui adquiriendo conocimientos y experiencia, ha sufrido muchas variaciones hasta asumir la forma acabada en que se los presento hoy. No es de los trabajos con los que más conforme estoy, pero si lo he guardado y atesorado es porque constituye mi primera manifestación poética.  Es más, confieso que los siguientes 5 o 6 trabajos han sido tan malos que no dudé en desecharlos.
En fin, les tengo que pedir disculpas de antemano por sus muchas faltas, y espero que tengan la benevolencia de encontrarle alguna bondad.


LA BRÚJULA SAGRADA


Hace ya un largo, largo tiempo,
en una tarde tormentosa,
en que el cielo vertía lágrimas
sobre la tierra pedregosa,
dejé mi precario refugio,
anhelando un jardín de rosas;
pero al adentrarme en el páramo
se tornó mi visión borrosa,
y ante el embate de la duda
surgió mi mente prodigiosa.

Pero al alzar la vista vi
que desde arriba me acechaba
un cóndor de sombrías alas
y atroces garras de carmín;
y me eché a andar por una senda
que entonces se me reveló:
como una fúlgida alborada
tras la nefasta noche negra,
fue para mí esa estrecha senda
que ante mis ojos se encendió.

Fueron miles las peripecias
que el tiempo magno deparó
a mi alma, en aquellos valles
de sombra y muerte que cruzó;
pero la luz de una alta estrella,
que fue el reflejo de mi amor,
me dio su guía soberana,
y en el camino me alumbró:
como una brújula sagrada,
mi propio rumbo me mostró.

viernes, 12 de abril de 2013

Der neue Advokat - Franz Kafka

Gente, ésta es mi traducción de uno de mis cuentos favoritos de Kafka. Estudio alemán, y de vez en cuando ejercito un poco haciendo alguna traducción literaria. Por supuesto, para darme mayor motivación, siempre tomo alguno de mis autores favoritos.
Para mí, la actividad en sí es placentera, y lo es por partida doble: en primer lugar, porque sencillamente me gusta estudiar este maravilloso idioma; y en segundo lugar, porque puedo descubrir los matices literarios más profundos de las versiones originales.
Así fue que me di cuenta de que este cuento no estaba satisfactoriamente traducido en las versiones en español que había leído hasta el momento en que me fue posible acceder al original. Por eso, decidí hacer mi propia traducción, rescatando (o poniendo énfasis) en algunos aspectos que (para mí) han sido descuidados en esas versiones.
Pero, de todos modos, cabe aclarar algo que es obvio: lo que se dice en un idioma no se puede decir igual (con todos los matices, connotaciones emocionales, símbolos, nexos, etc.) en otro idioma distinto.


El nuevo Abogado - Franz Kafka

Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucéfalo. En su exterioridad, recuerda poco la época en que aún era corcel de batalla de Alejandro de Macedonia. Quien, no obstante, está al tanto de las circunstancias, algo nota. De hecho, he visto yo mismo últimamente en las escalinatas a un ujier completamente cándido, con la mirada ávida propia de los pequeños parroquianos de las carreras, contemplar al abogado, mientras éste, irguiendo bien las ancas, con paso que resonaba sobre el mármol, subía de peldaño a peldaño.
En general, el colegio aprueba la admisión de Bucéfalo. Con asombrosa comprensión, se dice que Bucéfalo, dado el actual ordenamiento de la sociedad, se encuentra en una posición complicada, y que, por lo tanto, considerando asimismo su significado en la historia universal, merece en todo caso que se le hagan concesiones. Hoy en día (nadie lo puede negar) no hay ningún Alejandro Magno. De matar entienden ciertamente algunos; tampoco falta la habilidad para darle al amigo arrojando la lanza sobre la mesa del banquete; y para muchos Macedonia es demasiado estrecha, por lo que maldicen de Filipo, el padre –pero nadie, nadie puede guiar hacia la India. Incluso entonces las puertas de la India eran inalcanzables, pero la espada del rey señalaba el rumbo. Hoy las puertas están ya en otro lado; más lejos y más alto han sido llevadas; nadie señala el rumbo; muchos sostienen espadas, pero sólo para fanfarronear con ellas, y la mirada que pretende seguirlas se termina perdiendo.
Quizá por eso sea lo mejor sumergirse en los códigos legales, como lo ha hecho Bucéfalo. Libre, exoneradas las ancas del lomo del jinete, junto a la quieta lámpara, lejos del fragor de la batalla de Alejandro, lee y da vueltas las hojas de nuestros viejos libros.

Hasta siempre, mi pebeta

Éste es un tango cuya letra compuse hace unos 4 o 5 años. Más tarde (el año pasado, más precisamente) le agregué la música, aunque de una manera bastante torpe, debo reconocerlo. (Pese a que me manejo con la guitarra, carezco de habilidades musicales de oficio). Fue entonces cuando tuve el atrevimiento de mostrar este proyecto de canción a mis amigos Cristian Brugiafreddo y Diego Rolón Soto, ambos excelentes músicos. Ellos tuvieron la deferencia de intervenir, arreglando un poco la armonía, así como algunos detalles de la melodía. Y no sólo eso, sino que además me hicieron el honor de cantarla (Cristian, que es un gran cantante de tango) y de tocarla (Diego, que es un gran guitarrista de casi todos los géneros musicales) para su grabación.
En lo que se podría denominar "las sesiones de la despedida", se esculpieron éste y otros temas.

HASTA SIEMPRE MI PEBETA

Se ha apagado para siempre
La ardua llama de mi cirio,
Y en el campo de los lirios
Una huella se perdió.
Guarde Dios a la pebeta
Que ha sido mi amiga fiel, 
Y al jardín de las promesas
Que con lágrimas regué.

Mi traje azul de domingo
Con el luto se tiñó,
Cuando el frío de la muerte
Acalló su dulce voz.
Pero sé que ella me espera
Más allá de este ancho mar,
Y que el tiempo que me queda
Lo viviré en soledad.

Hasta siempre, muchachita;
Hasta siempre, corazón;
Tu rosa blanca yo guardo,
Para alivio del dolor.
Hasta siempre, mi pebeta;
Esperame, que ya voy;
Cuando alcance la otra orilla,
Quiero que me aguardes vos.

Desde el día que te fuiste,
Las noches son despiadadas,
Y las pálidas mañanas
Son mezquinas con el sol.
Esa tarde en que partiste
Mis alondras se volaron;
Y en el monte más aciago,
Mi consuelo se perdió. 

Hasta siempre, muchachita,
Hasta siempre, viejo amor;
Tu rosa blanca conservo
Pa´ aliviar mi corazón.
Hasta siempre, mi pebeta;
No me extrañes, por favor;
Cuando cruce al otro lado,
Quiero que me abraces vos.



domingo, 7 de abril de 2013

En las frías jornadas del invierno - Gottfried Keller

Éste es uno de los mejores poemas en idioma alemán que he leído hasta el momento. El autor se llama Gottfried Keller, es suizo y vivió en el siglo XIX.
El poema en cuestión es una celebración al desengaño. A través del mismo, el poeta manifiesta su pérdida de fe en el más allá, su abandono de la creencia en la inmortalidad y cómo una especie de redención surge de este desapego a la ilusión.
Por último, les hago la aclaración de que fue vertido español por quien suscribe, y que se trata de una traducción literaria, no literal. Es decir, ponderé, por sobre el significado textual de las palabras, la musicalidad de los versos, tratando de replicar la del original, conservando el espíritu del poema.
De todos modos, lo que se dijo en alemán no se puede decir igual en español, y viceversa.


Ich hab' in kalten Wintertagen - Gottfried Keller

Ich hab’ in kalten Wintertagen,
In dunkler, hoffnungsarmer Zeit
Ganz aus dem Sinne dich geschlagen,
O Trugbild der Unsterblichkeit!

Nun, da der Sommer glüht und glänzet,
Nun seh’ ich, daß ich wohl getan;
Ich habe neu das Herz umkränzet,
Im Grabe aber ruht der Wahn.

Ich fahre auf dem klaren Strome,
Er rinnt mir kühlend durch die Hand;
Ich schau’ hinauf zum blauen Dome -
Und such’ kein beßres Vaterland.

Nun erst versteh’ ich, die da blühet,
O Lilie, deinen stillen Gruß,
Ich weiß, wie hell die Flamme glühet,
Daß ich gleich dir vergehen muß!

En las frías jornadas del invierno - Gottfried Keller

En las frías jornadas del invierno,
en hoscas horas de esperanza incierta,
te he desterrado de mi propio seno,
oh espejismo de la vida eterna.

Ahora que el Verano brilla y arde,
ahora sé que opté por lo mejor;
le he puesto al corazón un nuevo traje,
en su tumba descansa la ilusión.

Viajo sobre el arroyo refulgente,
que fluye refrescándome la mano;
observo hacia la cúpula celeste,
y no busco un país mejor dotado. 

Recién ahora entiendo el que germine,
oh lirio, tu saludo silencioso:
sé que, por mucho que la llama brille,
debo partir y abandonarte pronto.



Primer cuento

Bien, comencemos entonces. Como ustedes sabrán, a la hora de comenzar algo, no hay mejor forma de hacerlo que desde el principio. Esto es, lo que se dice, una "perogrullada". Por eso, lo primero que voy a compartir con ustedes es mi primer cuento, escrito hace ya más de 6 años.
Se llama "Un sueño agitado", y, en rigor de verdad, no es uno de mis favoritos de los que he articulado. Consta de dos partes: en la primera, se describe un sueño, que en verdad tuvo quien suscribe (pero no puedo decir que sea una fiel transcripción, puesto que la vigilia le quiso agregar ella también algunos de sus adornos); y en la segunda, se trata de interpretar ese sueño, no ya en sí mismo, sino como sueño en sí.
En fin, cuando lo lean quizá entiendan lo que quise hacer. Yo creo que peca de excesiva claridad, algo que no es bueno en la literatura, ni en el arte en general.


Un sueño agitado

Bautista se dio cuenta un día, luego de tener la noche anterior un sueño agitado, que sus fantasías se extienden más allá de las fronteras del sueño.
Había soñado, aquella extraña noche, que caminaba sin sentido, en medio de un desaforado desierto, descalzo sobre la arena ardiente, y bajo el calor implacable de un sol inclemente; un horizonte vacío se prolongaba hasta el infinito. Advirtió que invadía a su espíritu una sensación de pesadumbre y nostalgia que nunca antes había tenido, un sentimiento de profunda e insalvable soledad.
Mientras erraba por aquel terreno inculto, desesperanzado y triste, vio a lo lejos la figura de su padre, lo que lo reconfortó, brindándole una brisa de alivio. Corrió hacia él, surcando los médanos, pero por mucho que corría no lograba alcanzarlo. La distancia que los separaba era, por momentos, tan inmensa como la de un océano, y, por momentos, tan pequeña como la de unos pocos pasos. Parecía como si la intención de su padre fuera, tan sólo, la de marcarle algún rumbo dentro de la infinidad de posibilidades que al caminante se le presentan en la vasta inmensidad del desierto.
Después de mucho fatigar las dunas, Bautista logró al fin dar con él, quien parecía estar esperándolo desde hace siglos. El joven no pudo contener una avalancha de preguntas que se aglutinaron en su mente, sin orden ni coherencia. Su padre respondió a todas aquellas desesperadas inquisiciones con un gesto silencioso, gesto que insinuaba una sonrisa, pero que era casi imperceptible; y haciendo un ademán con su mano le señaló la dirección en que se erigían dos gigantescas figuras de piedra, que Bautista aún no había advertido.
Azorado ante la imagen imponente de aquellos colosos de mármol, el muchacho no pudo evitar que las lágrimas brotasen de sus atónitos ojos. Aquellas portentosas estatuas, que se extendían desde la tierra hacia los cielos, hasta alcanzar los confines del firmamento, evocaban dos ancestrales guerreros, ataviados para la batalla. Sus rostros le resultaban desconocidos a Bautista, pero aun así los hallaba extrañamente familiares.
Entonces, con el ánimo renovado y su corazón colmado de nuevas esperanzas, se echó a andar con toda seguridad por el único camino que ahora se le presentaba como posible, como verdadero.
Luego de atravesar un estrecho puente de madera que cruzaba un insondable precipicio, ingresó por el portal gótico de un sombrío palacio en ruinas. Un tenue resplandor violeta iluminaba sus salas. Notó que los altos muros del castillo eran como los de un grotesco cementerio: cada uno de ellos contenía un sinnúmero de nichos asimétricos, dentro de los que se albergaban los despojos de aquellos que en otros tiempos, en otros mundos, en otras vidas, habían sido personas, como él.
Bautista sintió angustia por ellos, pero también sintió angustia por sí mismo, porque descubrió que en su profundidad más íntima, en el recinto más verdadero y propio de su persona, se hallaba solo, irremediablemente solo.
Tras desenredar el laberinto que entretejían las cámaras del cementerio, el joven se encontró a sí mismo parado en la cima de una montaña. Le pareció haber ascendido a la cumbre de la Tierra. Aspiró el viento gélido y diáfano de las alturas, y escudriñó los vastos horizontes. Divisó, en las lejanías del rojo poniente, un fastuoso edificio suspendido inexplicablemente en el aire; sus imposibles formas cautivaron su corazón. Maravillado ante aquel prodigio, comenzó a descender de la cúspide en dirección a él, y poco después despertó.

Bautista permaneció en su cama por algunos momentos, recorriendo con su mente las alucinaciones de su extraño sueño. La alarma de su reloj despertador puso fin a sus elucubraciones, sumergiéndolo bruscamente en la helada realidad; eran ya las siete de la mañana y debía disponerse a ir al trabajo.
Se levantó y preparó su desayuno, al tiempo que oía las tempranas y triviales noticias que, no sin gravedad en el tono, anunciaba la voz eléctrica de la radio. Cuando hubo acabado, tomó su maletín y su abrigo, y salió.
La mañana estaba fría; los cielos, estorbados por nubes grises; y los aires, cargados de reminiscencias. Transitando por las calles de su barrio, el muchacho saludaba ocasionalmente a sus vecinos, quienes, como él, se disponían a comenzar la jornada. Cada uno de ellos se hallaba, como cada mañana, absorto en sus actividades cotidianas. Bautista tuvo por vez primera en su vida la impresión de que el impulso con que estas personas llevaban a cabo estas tareas provenía de un remoto pasado, y que sólo restaba de él una extraña inercia cuyo efecto parecía no cesar; tal como si hubiesen decidido, en aquel remoto y perdido pretérito, las cosas que harían durante el resto de su existencia, y que, ahora, tan sólo se limitaban a cumplir con rigurosa minuciosidad los pasos de un plan maestro que era -o parecía ser- a la vez infalible e insoslayable.
Sacudió de su mente esos vertiginosos pensamientos diciéndose a sí mismo: “¿Acaso no tengo problemas más serios de que ocuparme? Estoy llegando tarde la oficina, y lo único que ganaré será otro reproche del jefe”. Apuró su marcha, entonces; pero aquellos furtivos fantasmas de su conciencia no dejaron de perseguirlo.
Caminando ya por la avenida, vio en la vereda de en frente a la mujer de quien él había estado enamorado largo tiempo. Sintió en su interior reavivarse vestigios de congojas pasadas; jamás había tenido la oportunidad de que ella lo escuchase, de que en verdad escuchase cuanto él tenía para decirle. Recordó al instante todos aquellos años durante los que duró su idilio, y le parecieron, paradójicamente, el periodo de su vida en que más vivo y feliz se ha sentido, pero también el más turbulento y doloroso.
Supo entonces que las fantasías, las suyas propias y las de sus semejantes, se extienden más allá de las fronteras del sueño, y se inmiscuyen subrepticiamente dentro de las lúcidas regiones de la vigilia, vestidas con el atuendo de la sobria realidad. Y una vez allí, donde creemos los hombres hallarnos exentos de su influjo, ejercen con mayor eficacia su dominio sobre nuestros actos, puesto que ignoramos por completo su accionar.
Bautista comprendió así que nunca le hubiera sido posible franquear los muros del sueño de su amada, hallándose él mismo inmerso en otro, tan grande, tan profundo y tan hermético como el de ella.
Se estremeció ante el descubrimiento de cuán inmenso y trágico es todo destino humano, y se sintió profundamente maravillado.