viernes, 26 de abril de 2013

La Realidad como un Haz de Rectas

Escribí este pequeño ensayo filosófico-matemático hace 5 o 6 años. No adelantaré más nada respecto del mismo, porque, por un lado, ya de por sí es demasiado extenso; y por el otro, creo que él mismo se explica de manera acabada.
Solamente diré que está dedicado a mi amigo Francisco Paschetta.


La Realidad como un Haz de Rectas.

Lo siguiente es una pequeña exposición mediante la cual voy a tratar de esbozar mi visión particular (y muy humilde) acerca de qué es aquello que los hombres han convenido en llamar “Realidad”, y si es o no concebible ésta en toda su vasta complejidad para un simple mortal. No pretendo con esta exposición convencer a nadie, ni mucho menos, ya que esto no es panfleto religioso ni ideológico ni político ni moral. Además, de tener éxito en tal intento, yo mismo atentaría contra los postulados radicales de mi teoría, contra su ulterior desarrollo, sus conclusiones y todo lo demás. Lo que significa que, en última instancia, mientras mayor sea el desacuerdo que presenten los eventuales lectores para con esta teoría, mayor va a ser el consenso que al mismo tiempo le brinden, y viceversa: mientras mayor sea el respaldo que le otorguen, menor será el apoyo que en definitiva le estén dando. (O bien, si se quiere, más ponen en jaque su veracidad).
No vaya usted a creer, querido lector, que esta vorágine de elucubraciones constituye la gran revolución del pensamiento, puesto que no es más que la presentación de la curiosa -y acaso didáctica- forma en que, por distintas circunstancias e inspiraciones, he llegado a visualizar someramente la naturaleza de la complejísima trama que es la realidad. Como no quiero convencer a nadie, seré tan breve como me sea posible; pero, aun así, procuraré ser lo suficientemente cauteloso como para no conducir a equívocos en la interpretación, y ahorrarle así al lector tediosas explicaciones suplementarias.
Comencemos. En el plano bidimensional, o en lo que se llama eje de coordenadas cartesianas, es posible situar un punto: un punto cualquiera, sin grandes virtudes, salvo dos: que sea un punto y que esté situado. A ese punto se lo denomina en la jerga “haz de rectas”, y tiene siempre una posición particular, dadas por sus coordenadas en los ejes X (abscisas) e Y (ordenadas) del plano bidimensional, el cual es, cabe recordarlo, esencialmente infinito.
Ahora bien, la razón por la que se le llama haz de rectas es que, mientras este punto sea único en el plano, admite que a través de él pasen infinitas rectas (o líneas), cada una de las cuales tendrá diferente pendiente (o inclinación), y también diferente ordenada al origen (o puntos de partidas en el eje vertical Y). Si existiesen dos puntos tales sobre el plano, sólo sería posible que a través de ambos pasase una única recta, la que tendrá determinada pendiente y determinada ordenada al origen.
Si usted me sigue, continúe leyendo en el próximo párrafo; si no, repase sus apuntes de matemática, o bien, si le place, deje de leer este articulo y póngase a hacer otra cosa. Da igual de todos modos.
¿Me sigue? Muy bien, continuemos entonces. Fíjese usted cuán curioso se torna todo a partir de ahora. Supongamos que otorgamos a ese punto en particular del plano (que, como dijimos antes, se llama “haz de rectas”) el valor de la realidad. O, en otras palabras, decimos que a la realidad podemos figurarla como un haz de rectas. Suponemos que ese pequeño punto en el plano infinito es, entonces, a partir de ahora, la compleja realidad.
¿Un poco asustado, estimado lector? ¿Acaso tal vez confundido? No se preocupe, ambas cosas son buenos síntomas. Significa que usted aún goza de buena salud, porque todavía esta vivo. Quien no padezca, de cuando en cuando, confusión o miedo, o bien está muerto, o bien es un perfecto imbécil. Le ruego entonces que continúe leyendo y quizás pueda usted disipar estas penosas perplejidades a la brevedad.
Prosigamos: si ese pequeño punto en el plano, con unas coordenadas determinadas en los ejes X e Y que determinan su posición, es la realidad, se preguntará entonces usted, con muy buen criterio, qué son las infinitas rectas que lo traspasan y que van en distintas direcciones. Muy bien, se lo diré, estas rectas son las fantasías de los hombres. ¿Cómo dice? ¿Las fantasías? Así es, cada recta se corresponde con la fantasía de un hombre (o mujer) en particular, con una determinada pendiente (o inclinación) y una determinada ordenada al origen (o punto de partida).
Que quede claro que cuando hablo de fantasía me refiero al cúmulo verdades íntimas, deseos, aspiraciones, anhelos inefables, todo aquello que es inalterable para el individuo, que constituye el combustible de su voluntad, y que es más bien para él un axioma, un cristal coloreado, del que se vale, consciente o inconscientemente, para decantar la realidad que le rodea. Todo lo cual lo hace de manera congruente con su propósito en el universo y en la vida en general (propósito que permanece, durante toda su vida, arcano para él). En otras palabras: su sistema de creencias.
Por otro lado, cada una de estas fantasías (representadas por las rectas) viene determinada por dos aspectos inseparables entre sí: su pendiente –o inclinación-, que representa, si se quiere, el perfil psicológico de cada uno; y su ordenada al origen –o punto de partida-, que representa el cúmulo de circunstancias que constituyen la coyuntura existencial de cada persona (en otras palabras, su situación vital concreta). Ambos aspectos, cabe recalcar, no son escindibles uno de otro más que en el contexto que demarca la abstracción ficticia del análisis.
Ahora bien, como dijimos, aquel ínfimo punto en donde convergen en su trayectoria estas infinitas fantasías es nada más y nada menos que la realidad; la cual, como se ve, es patrimonio colectivo de toda la humanidad. Y no una propiedad privada, como tienden a creer muchos…
¿Todavía sigue allí? ¿Cómo…? ¿No lo he espantado aún…? Bueno, continuaremos con la exposición entonces. Pero recuerde que todo esto es irrelevante a los fines prácticos, y puede usted abandonar la lectura cuando lo crea conveniente y dedicarse a sus menesteres cotidianos.
Bien, qué nos dicen entonces las coordenadas del plano, hablo de los ejes X (de abscisas) e Y (de ordenadas). No lo sé, nada en particular, no me ha sido posible asignarles un valor concreto sin desvirtuar el resto de la teoría. La simplificación del modelo nos prohíbe rotundamente asignarle una función específica a estos ejes. La teoría perdería riqueza didáctica si así lo hiciera.
Piense el lector, por lo tanto (y si lo necesita), que estos ejes sólo nos sirven indicar la posición de una realidad definida en términos que mantendremos indefinidos, pero que nos permiten ver que es posible, de alguna manera, diferenciarla de otras realidades análogas en el plano infinito. Y en cuanto a las rectas que representan las fantasías, como ya hemos esbozado, las ordenadas al origen nos indicarían de dónde vienen (algo así como su situación existencial), hacia dónde van (algo así como su propósito primordial), y su inclinación (algo así como las preferencias y aspiraciones, condensadas en eso llamamos “voluntad”).
Le suplico, estimado lector, que no se exaspere por la precariedad científica de mi modelo. Tenga usted muy en cuenta que no es un tema sencillo el que trato de explicar con este sencillo modelo. Por lo demás, es la mejor manera que he encontrado para hablar de estos temas. Sígame tan sólo un momento más; estoy a punto de terminar con todo este nudo matemático-metafísico.
¿Quién, en definitiva, dibuja ese punto que constituye la realidad en el plano, punto que es propiedad mancomunada de la humanidad? Yo, a semejante ente, le llamaría Dios. ¿Quién configura las fantasías de los hombres, articulando sus situaciones vitales e inclinaciones psicológicos, y luego se las asigna a cada quién en función de su propósito en el universo? El mismo ente supremo: Dios. Ahora bien, queda claro que una cosa está en función de la otra: o bien la realidad de las fantasías, o bien las fantasías de la realidad. ¿Cuál es el orden de prelación? ¿Cuál es el factor principal? En suma, ¿qué es lo primordial, la realidad o la fantasía? No lo sé. Le invito al lector a que ejercite su imaginación y ensaye alguna respuesta; yo le prometo que de nuestra parte será bien recibida.
En síntesis, lo que estamos postulando es que Dios no es tan sólo causa inmanente del universo en un sentido material (como creen los modernos físicos, y, a través de su influjo, la opinión vulgar), sino que lo es también –y no menos importante- en un sentido formal; esto es, en el sentido esencial que cada uno da a aquella entidad concreta y abstracta al mismo tiempo, aquella sustancia radicalmente dinámica que se ha dado en llamar “La Realidad”.
Conclusión: Para cada uno de los hombres, para cada uno de nosotros, es rigurosamente imposible elevarse por medio del pensamiento por encima de sí mismo y de la fantasía (o misión de verdad) que le ha sido adjudicada como patrón de sus ideas y anhelos, con el objeto de descubrir racionalmente su propósito en el universo y escrutar cabalmente la realidad que coadyuva a configurar. Porque, aunque la realidad sea una ínfima porción del campo ilimitado que conforman las infinitas fantasías humanas, algo así como la intersección entre todas ellas (haz de rectas), mientras el hombre más intenta comprenderla, ésta más se le aleja, adquiriendo en tal proceso superlativa complejidad. Pues bien sabemos todos que la porción de algo ilimitado es también ilimitada, por más pequeña ésta que sea.
La realidad se comportaría así como una doncella temerosa, la que, mientras mayor y mejor sea el cortejo de su galán enamorado, más esquiva y tímida se le revela. Esto sucede por una razón, principalmente: cada quién sólo dispone de una porción de la realidad, la suya propia, y aunque el esfuerzo por comprenderla que emprenda sea digno y monumental, jamás podrá franquear sus propios límites, los límites de su propia fantasía. La verdad es personal y relativa, y, por lo tanto, no es verdad. Es en sustancia única, pero en esencia múltiple. Tan sólo queda como certero el campo de las matemáticas y de la lógica abstracta, que no nos muestran otra cosa que los mecanismos de que se vale el raciocinio humano (no necesariamente similar al del Ente Supremo) para diseñar sus nociones y emblemas. Todo lo demás es, y seguirá siendo, mera especulación, mera conjetura (que, no niego, puede tener un número mayor o menor de adeptos).
Y si por ventura coincide nuestra opinión con la de algún prójimo, esta coincidencia es sólo casual, aparente y superflua, y tiene su raíz en las limitaciones de nuestro lenguaje y en la necesidad muy humana de “sociabilizar” (o, dicho más coloquialmente y en argentino, de “encajar”).
Aun así, mi querido y muy paciente lector, le ruego que no se desaliente. Le aseguro que vale la pena el enamoramiento, el cortejo, la frustración, el reencuentro, el beso y todo lo demás. Porque la realidad es esencialmente dinámica, y por lo tanto inaprensible. Está hecha de sucesivos e inéditos momentos. El gran desafío consiste en descubrir la trama personal que contiene cada uno de ellos, para así poder actuar libremente: desplegar nuestro ser verdadero. Puesto que, aunque la verdad no sea absoluta, aunque no sea sino personal y relativa, es lo más preciado que tenemos, y nos la debemos ganar. De esta forma, la realidad de que nos hagamos cargo es tanto más “real” cuanto mas individual sea, cuanto más inefable, y cuanto mayor sea el trabajo que nos cueste adquirirla.
Muy bien nos lo enseña el maestro Sócrates, quien fue un hombre que dedicó su vida al estudio de esta realidad inescrutable, sabiéndola inescrutable, cuando decía: “sólo sé que no sé nada”. O de manera análoga, Descartes, el padre del renacimiento cuando decía: “Pienso, por lo tanto existo”, y hablaba de Dios como la fuente absoluta de toda verdad. Pascal también nos decía que “la suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan”. Le propongo, por lo tanto, esta humilde síntesis: “PIENSO, POR LO TANTO EXISTO, PERO (EN RIGOR) NO SÉ NADA, Y POR FUERZA, NO ME QUEDA MÁS REMEDIO QUE CREER”.
¿Cómo…? ¿Que no está usted de acuerdo conmigo? Créame que no me extraña en absoluto.

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