Para mí, la actividad en sí es placentera, y lo es por partida doble: en primer lugar, porque sencillamente me gusta estudiar este maravilloso idioma; y en segundo lugar, porque puedo descubrir los matices literarios más profundos de las versiones originales.
Así fue que me di cuenta de que este cuento no estaba satisfactoriamente traducido en las versiones en español que había leído hasta el momento en que me fue posible acceder al original. Por eso, decidí hacer mi propia traducción, rescatando (o poniendo énfasis) en algunos aspectos que (para mí) han sido descuidados en esas versiones.
Pero, de todos modos, cabe aclarar algo que es obvio: lo que se dice en un idioma no se puede decir igual (con todos los matices, connotaciones emocionales, símbolos, nexos, etc.) en otro idioma distinto.
El nuevo Abogado - Franz Kafka
Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucéfalo. En su exterioridad, recuerda poco la época en que aún era corcel de batalla de Alejandro de Macedonia. Quien, no obstante, está al tanto de las circunstancias, algo nota. De hecho, he visto yo mismo últimamente en las escalinatas a un ujier completamente cándido, con la mirada ávida propia de los pequeños parroquianos de las carreras, contemplar al abogado, mientras éste, irguiendo bien las ancas, con paso que resonaba sobre el mármol, subía de peldaño a peldaño.
En general, el colegio aprueba la admisión de Bucéfalo. Con asombrosa comprensión, se dice que Bucéfalo, dado el actual ordenamiento de la sociedad, se encuentra en una posición complicada, y que, por lo tanto, considerando asimismo su significado en la historia universal, merece en todo caso que se le hagan concesiones. Hoy en día (nadie lo puede negar) no hay ningún Alejandro Magno. De matar entienden ciertamente algunos; tampoco falta la habilidad para darle al amigo arrojando la lanza sobre la mesa del banquete; y para muchos Macedonia es demasiado estrecha, por lo que maldicen de Filipo, el padre –pero nadie, nadie puede guiar hacia la India. Incluso entonces las puertas de la India eran inalcanzables, pero la espada del rey señalaba el rumbo. Hoy las puertas están ya en otro lado; más lejos y más alto han sido llevadas; nadie señala el rumbo; muchos sostienen espadas, pero sólo para fanfarronear con ellas, y la mirada que pretende seguirlas se termina perdiendo.
Quizá por eso sea lo mejor sumergirse en los códigos legales, como lo ha hecho Bucéfalo. Libre, exoneradas las ancas del lomo del jinete, junto a la quieta lámpara, lejos del fragor de la batalla de Alejandro, lee y da vueltas las hojas de nuestros viejos libros.
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