miércoles, 6 de noviembre de 2013

Pienso yo en Alemania por la noche

¿Qué podría yo decir de Heinrich Heine, uno de los más excelentes poetas que han dado los siglos de los hombres? Cualquier palabra sería escasa, vaga e inadecuada. Lo único que me parece acertado es poner de manifiesto una injuria histórica: este hombre, profundamente alemán, amante supremo de su madre Patria, provenía de una familia judía. Este poeta, sin duda uno de los más excelsos del parnaso germánico, que amó a su Tierra como ninguno de los -así llamados- "nacionalistas" que infestaron Alemania durante el siglo XX, era de origen hebreo.
He aquí algunos de los poemas conjurados por Heinrich Heine, que mi descarada pluma tuvo el denuedo de volcar al cántaro español.

Mein süßes Lieb - Heinrich Heine

Mein süßes Lieb, wenn du im Grab,
Im dunkeln Grab wirst liegen,
Dann will ich steigen zur dir hinab,
Und will mich an dich schmiegen.

Ich küsse, umschlinge und presse dich wild,
Du Stille, du Kalte, du Bleiche!
Ich jauchze, ich zittre, ich weine mild,
Ich werde selber zur Leiche.

Die Toten stehn auf, die Mitter nacht ruft,
Sie tanzen im luftigen Schwarme;
Wir beide bleiben in der Gruft,
Ich liege in deinem Arme.

Die Toten stehn auf, der Tag des Gerichts
Ruft sie zu Qual und Vergnügen;
Wir beide bekümmern uns um nichts,
Und bleiben umschlungen liegen.

Mi dulce amada – Heinrich Heine

Mi dulce amada, cuando en el sepulcro,
en el sepulcro oscuro seas puesta,
quiero hundirme contigo bajo tierra,
y yacer para siempre al lado tuyo.

Te besaré y te estrecharé en mis brazos,
¡oh mujer taciturna, fría, pálida!
Sonriendo, estremeciéndome y llorando,
me ceñiré yo mismo la mortaja.

Saldrán a medianoche los difuntos,
y danzarán en una ronda etérea;
tú y yo no dejaremos el sepulcro,
reposaré en tus brazos mi cabeza.

En el juicio final saldrán los muertos,
llamados a la dicha o al suplicio;
nosotros dos no habremos de afligirnos,
y abrazados tendidos seguiremos.

Das Fräulein stand am Meere - Heinrich Heine

Das Fräulein stand am Meere
Und seufzte lang und bang,
Es rührte sie so sehre
Der Sonnenuntergang.

Mein Fräulein! sein Sie munter,
Das ist ein altes Stück;
Hier vorne geht sie unter
Und kehrt von hinten zurück.

La señorita estaba ante la mar – Heinrich Heine

La señorita estaba ante la mar,
y daba lúgubres suspiros largos;
se acongojaba de manera tal,
al ver hacia lo lejos el ocaso.

¡Mi señorita, estese usted tranquila!
Se trata de una antigua tradición:
allí delante ocurre la caída,
y por detrás de nuevo asciende el sol.

Ich hatte einst ein schönes Vaterland - Heinrich Heine

Ich hatte einst ein schönes Vaterland.
Der Eichenbaum
wuchs dort so hoch, die Veilchen nickten sanft -
es war ein Traum.

Das küßte mich auf deutsch und sprach auf Deutsch
(man glaubt es kaum,
wie gut es klang) das Wort: "Ich liebe dich" -
es war ein Traum.

Una vez tuve una hermosa patria – Heinrich Heine

Una vez tuve una hermosa patria.
Allí el roble hendía el cielo;
las violetas se mecían, suave.
Era un sueño.

Me besaba en alemán, diciéndome
(no podré explicar lo bello
que se oía) las palabras “te amo”.
Era un sueño.

Ich kann es nicht vergessen - Heinrich Heine

Ich kann es nicht vergessen,
Geliebtes, holdes Weib,
Daß ich dich einst besessen,
Die Seele und den Leib.
Den Leib möcht ich noch haben,
Den Leib so zart und jung;
Die Seele könnt ihr begraben,
Hab‘ selber Seele genung.
Ich will meine Seele zerschneiden,
Und hauchen die Hälfte dir ein,
Und will dich umschlingen, wir müssen
Ganz Leib und Seele sein.

No me puedo olvidar - Heinrich Heine

Yo no me puedo olvidar,
oh tierna mujer amada,
que te tuve de verdad
tanto en cuerpo como en alma.
Yo quisiera aún el cuerpo,
su juventud y su gracia;
podéis dar al alma entierro,
que con la mía nos basta.
Quiero cortarla en dos gajos,
y entregarte media exacta,
para que luego un abrazo
nos reúna en cuerpo y alma. 

Du bist wie eine Blume - Heinrich Heine

Du bist wie eine Blume,
So hold und schön und rein;
Ich schau dich an, und Wehmut
Schleicht mir ins Herz hinein.

Mir ist, als ob ich die Hände
Aufs Haupt dir legen sollt,
Betend, daß Gott dich erhalte
So rein und schön und hold.

Eres como una flor – Heinrich Heine

Eres como una flor,
tan tierna y bella y casta;
te miro, y la nostalgia
me llena el corazón.

Quisiera yo apoyarte
mi mano en la cabeza, 
rogando a Dios te guarde
tan bella y casta y tierna.

Nachtgedanken – Heinrich Heine

Denk ich an Deutschland in der Nacht,
Dann bin ich um den Schlaf gebracht,
Ich kann nicht mehr die Augen schließen,
Und meine heißen Tränen fließen.

Die Jahre kommen und vergehn!
Seit ich die Mutter nicht gesehn,
Zwölf Jahre sind schon hingegangen;
Es wächst mein Sehnen und Verlangen.

Mein Sehnen und Verlangen wächst.
Die alte Frau hat mich behext,
Ich denke immer an die alte,
Die alte Frau, die Gott erhalte!

Die alte Frau hat mich so lieb,
Und in den Briefen, die sie schrieb,
Seh ich, wie ihre Hand gezittert,
Wie tief das Mutterherz erschüttert.

Die Mutter liegt mir stets im Sinn.
Zwölf lange Jahre flossen hin,
Zwölf lange Jahre sind verflossen,
Seit ich sie nicht ans Herz geschlossen.

Deutschland hat ewigen Bestand,
Es ist ein kerngesundes Land,
Mit seinen Eichen, seinen Linden
Werd ich es immer wiederfinden.

Nach Deutschland lechzt' ich nicht so sehr,
Wenn nicht die Mutter dorten wär;
Das Vaterland wird nie verderben,
Jedoch die alte Frau kann sterben.

Seit ich das Land verlassen hab,
So viele sanken dort ins Grab,
Die ich geliebt – wenn ich sie zähle,
So will verbluten meine Seele.

Und zählen muß ich - Mit der Zahl
Schwillt immer höher meine Qual,
Mir ist, als wälzten sich die Leichen
Auf meine Brust - Gottlob! Sie weichen!

Gottlob! Durch meine Fenster bricht
Französisch heitres Tages licht;
Es kommt mein Weib, schön wie der Morgen,
Und lächelt fort die deutschen Sorgen.

Pensamientos nocturnos – Heinrich Heine

Pienso yo en Alemania por la noche,
entonces el descanso se me rompe:
me es imposible ya cerrar los ojos,
y las lágrimas corren por mi rostro.

¡Los años llegan y los años parten!
Desde la última vez que vi la madre,
doce años arribaron y se fueron;
crecen tanto mi afán como mi anhelo.

Tanto mi afán como mi anhelo crecen.
Tan hechizado la mujer me tiene
que sólo pienso en ella cada instante:
en la anciana señora, ¡que Dios guarde!

Me quiso mucho esa mujer querida;
y en las epístolas que me escribía
veo cómo la mano le temblaba,
cómo se le agitaba toda el alma.

En la madre no dejo de pensar.
Doce años largos transcurrieron ya,
doce años largos se nos han fugado
desde que no la estrecho entre mis brazos.

Alemania perdura eternamente,
es una tierra de salud perenne;
para volver, sus robles y sus tilos
indican siempre cuál es el camino.

No echaría de menos a Alemania
si no estuviera allí la madre santa;
la patria nunca quedaría en ruinas,
aunque haya de morir la madre mía.

Desde que he traspasado sus fronteras,
tanto se hundió debajo de la tierra,
tantos seres que amé –cuando los cuento
se desangra mi espíritu en su empeño.

Y tengo que contarlos –con la cuenta
se hace más y más grande mi tristeza;
es como si los cuerpos se envolviesen
en mi pecho ¡Dios mío! ¡Se retuercen!

¡Dios mío! Ya atraviesa mi ventana
un despejado resplandor de Francia;
mi mujer viene, hermosa como el día,
y expulsa mis nostalgias con su risa.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Poemas Inéditos (Primera Parte)

Quienes hayan tenido acceso a mi libro "De Conjuros y Avatares" acaso se pregunten si han quedado fuera de él poemas articulados durante el mismo periodo en que fue gestada la obra. La respuesta es afirmativa: he realizado una selección. No todos los poemas conjurados en esa época han sido incluidos en el libro. Algunos, inclusive, han sido desechados al olvido (al que -créanme- pertenecen).
Les presentaré los poemas que, habiendo quedado afuera, todavía conservo, puesto que considero que no carecen completamente de valor. Dividiré la exposición en dos partes (esto es, en dos entradas al Blog), de acuerdo al orden cronológico de sus fechas de gestación. Debajo de cada uno, incluiré una breve aclaración de por qué he decidido no incorporarlos al libro:

TE VI RADIANTE AQUEL DÍA

Te vi radiante aquel día,
tan radiante como el sol:
tu mirada disipó
mi mortal melancolía;
y fue en ese mismo día
que mi fe resucitó,
con el fuego que fulgía
en tus ojos, como el sol.

Te vi radiante aquel día,
aquel día tan aciago,
en que yo, desesperado,
por las calles, me perdía.
aquel día en que era esclavo
del tirano de las ruinas,
tu esplendor le ha restaurado
a mi corazón la vida.

Ahora, y desde ese encuentro,
desde entonces, yo querría
ver tus ojos tan serenos,
en el umbral de mis días;
porque noche a noche sueño
que su fuego me ilumina,
alumbrando mi sendero,
día y noche, cada día.


NOTA: Este fue quizá mi primer poema en que canto al enamoramiento. Como no quise abusar de la temática (harto trillada ya por tantos autores), y habiendo ya incluido en el libro otros mejor logrados, decidí que lo mejor sería dejarlo afuera.


ELOGIO AL LIBRO

El libro es el arcano espejo
donde el espíritu del hombre
mira su rostro, bello y noble,
y desentraña su misterio.

Puesto que en él moran los textos
que dan a la verdad un nombre:
aquello que el tirano esconde,
para salvar su infame imperio.

No es posible la libertad,
sin la luz del conocimiento
alumbrándonos al andar.

Por eso, el libro es ese fuego
cuyo fulgor inmemorial
nos ilumina el rumbo eterno.


NOTA: Éste es un sonetillo en eneasílabos, con rimas asonantadas (como todos los sonetos de "El Gondolero), en el que quise celebrar la importancia radical que tiene ese objeto mágico que hemos creado y hemos dado en llamar "libro" en el fluir de los siglos del Hombre. Creo que peca de un exceso de adulación, sin terminar de hacer patente toda la magnificencia de este objeto. Es decir, se trata de un rotundo fracaso.


LA DAMA DE MI AMOR

Ni los atardeceres bellos,
de ocasos fugaces y eternos,
alivian tanto mi dolor 
como los ojos con que mira
esta muchacha pura y tímida,
cuando sonríe con pudor.

Porque ni las flores silvestres
del gran desierto en que padecen
los desterrados, bajo el sol,
son tan sutiles o tan frescas
como la sonrisa que ostenta
la hermosa dama de mi amor.

No hay en el mundo melodías
con una música tan fina
como la de su dulce voz:
ni en la más alta catedral
pueden los ángeles cantar
esa magnífica canción.

Sus ojos, como dos zafiros
de resplandores azulinos, 
cautivan a mi corazón;
y yo a la muerte tan temida
sin duda alguna enfrentaría,
por ver la dama de mi amor.


NOTA: Este poema no está para nada mal. Es quizás el que más me costó excluir. Decidí dejarlo afuera porque ya había incluido -a mi juicio- demasiados poemas de amor (que, por supuesto, considero mejores que éste). Como dije antes, no es mi intención seguir explotando un campo ya árido de tanta explotación sufrida. Por lo demás, no negaré que encuentro este poema demasiado cargado de halagos, tal vez al punto de la exageración. Por otra parte, suena al canto de un juglar del medioevo, lo que tal vez le imprima un aire un tanto cursi para un lector de nuestra época. Por todo eso, decidí guardarlo en mi gaveta.

(Próximamente, la segunda parte)

domingo, 6 de octubre de 2013

La Sangre del Espíritu

En su obra “Del Sentimiento Trágico de la Vida”, Miguel de Unamuno, parafraseando a un tal Oliver Wendell Holmes, dijo: “La lengua es la sangre del espíritu”. Al oír esta sentencia, nos sentimos conmovidos, estremecidos interiormente. Esto nos ocurre porque adivinamos que esconde una verdad radical, que ha dado en la tecla respecto de algún aspecto, aunque aún no sepamos distinguirlo con claridad. Y, en efecto, la sentencia no puede ser más elocuente, pero tampoco puede ser más oscura. Trataremos de desentrañar su misterio.
Nuestro mundo, el mundo humano, es apenas una dimensión del mundo total: una dimensión cada vez mayor, una porción que se amplía progresivamente, desplazando despóticamente a las demás, sometiéndolas incluso, pero no deja de ser una “parte” del total. Y, como es bien sabido, en un sistema ninguna parte se encuentra aislada, escindida, separada de las otras; al contrario, se halla cada una en una imbricada relación con las demás, en una constante corriente de influjo recíproco. A los meros fines didácticos de esta exposición, podemos englobar a las demás partes del mundo total bajo el nombre genérico y –lo reconozco- algo vago de “mundo de las cosas”.
De modo que cabe ahora preguntarnos cómo se da la interacción entre lo que hemos llamado “el mundo humano” y lo que designamos “el mundo de las cosas”.
Si nos detenemos a pensar del modo inductivo, y observamos cómo nos relacionamos con las cosas, daremos que siempre, en una u otra circunstancia, nos las “representamos”; es decir, nos las ponemos delante de nosotros mismos, y las interrogamos, les preguntamos para qué nos sirven, qué hacen, cuál es su forma, de qué están hechas, qué utilidad tienen para nosotros, cómo nos afectan. Y, a través de este ejercicio de representación, les descubrimos o les adjudicamos -que en este caso es lo mismo- a las cosas un sentido, un significado; esto es, un lugar y una función particular dentro de nuestro “mundo humano”.
En este momento conviene indagar cómo está hecho ese puente que trazamos hacia el mundo de las cosas, de qué materiales nos valemos para edificarlo, cuál es –en última instancia- la materia primordial de nuestras representaciones. Encontramos la respuesta al instante (más bien, acude ella sola hacia nosotros): la palabra, el lenguaje, constituye ese puente que salva el abismo entre el mundo humano y el mundo de las cosas.
A través de la palabra nos explicamos el mundo, a fin de poder desarrollar en él nuestra existencia. Por medio del lenguaje adaptamos el mundo a nuestras urgencias humanas, a nuestros apremios y necesidades, a nuestras expectativas vitales. De esta manera nos es dado significar el mundo, otorgarle un sentido. Al fin y al cabo, “designar” significa tanto “formar un propósito” como “dar un nombre”. De modo que, al designar las cosas, les damos un sentido propio, en todo de acuerdo a nuestra voluntad, para bien o para mal; dicho de otro modo: al nombrar las cosas, humanizamos el mundo. 
Así, hemos arribado a la conclusión de que la dimensión del mundo que habitamos, nuestro mundo humano, está sostenida por un pilar fundamental: nuestro lenguaje, nuestras palabras.
Propongo ahora que nos asomemos a eso que llamamos “realidad”, a fin de constatar la validez de esta idea. Allí observamos lo siguiente: nuestro sistema jurídico-político, que regula nuestra convivencia humana, está estructurado en palabras; nuestras religiones, que proponen un sentido, un orden y un fin a la existencia, están sostenidas por las palabras; nuestras ciencias, a través de las que entendemos y manipulamos el mundo, están construidas con palabras. Cuando nos hallamos ante el edificio monumental de la cultura humana, no podemos dirigir la mirada hacia ningún punto sin hallar la intervención fundamental de las palabras. Incluso la propia historia de la humanidad comienza cuando aprendimos a acuñar las palabras, para evitar que se las llevara el viento. Todo esto asevera nuestra hipótesis de que el lenguaje constituye el cimiento radical del mundo humano.
Veamos a continuación qué nos dice la palabra “Espíritu”. El vocablo Espíritu, así como Alma, en sus raíces latinas originales (Spiritus y Ánima, respectivamente), tienen aproximadamente igual significado, a saber: “aliento”, hálito”, “soplo de vida”. Los griegos, al referirse a esta entidad, hacían alusión a lo mismo, aunque articulando distintos sonidos: psique y pneuma. La misma analogía puede observarse en otros contextos culturales, por caso, la palabra alemana “Geist”.
Es preciso detenerse aquí, puesto que ha sido un alemán, Jorge Guillermo Federico Hegel, el que ha ampliado para la posteridad la concepción de Espíritu, llevándolo del plano individual al plano universal, hacia un “universal unificado”. Desde Hegel, el vocablo Espíritu –Geist, en alemán- designa inequívocamente el sistema articulado de representaciones que da cuenta del mundo, que lo explica, otorgándole un sentido y a la vez un propósito. A partir de Hegel, se hace más patente la diferencia de los términos Espíritu –que abarca un ámbito universal- y Alma –que se ciñe a un entorno individual. Fue entonces que el Espíritu pasó a ser el Alma Universal, y el Alma, por su parte, pasó a ser el Espíritu individual.
Pero, como se recordará, habíamos establecido antes que la materia a partir de la cual se fraguan todas nuestras representaciones es la palabra. De manera que, de esta forma, hemos llegado a develar el enigma tras del cual nos lanzamos en el camino de la reflexión: el lenguaje constituye la sustancia, la sangre, del sistema de representaciones que conforma el mundo que habitamos, del Espíritu. La Lengua es la sangre del Espíritu.
El resultado no debe sorprendernos; después de todo, ambas cosas, palabra y espíritu, están hechos desde el principio de los tiempos de la misma materia: aliento, hálito, soplo de vida humano.

jueves, 15 de agosto de 2013

Plantar un libro, tener un árbol y escribir un hijo (todo en uno)

Bueno, gente, les comunico que en el día de la fecha, 15/08/2013, ha salido por fin mi primer libro: "De Conjuros y Avatares". Como muchos de ustedes sabrán, se trata de un libro de Poesía, compuesto, a su vez, por lo que en un principio fueron dos proyectos de libros autónomos, y que finalmente acabaron por constituir los dos capítulos de la obra final: por un lado, "El Gondolero" (que incluye mis primeros artificios líricos); y por el otro, "La Sonrisa del León" (que compendia mis mayores -y acaso mejores- esfuerzos en el terreno de la poesía; por lo menos hasta la fecha en que se terminó el libro).
Abro este espacio virtual, a fin de que quienes hayan tenido acceso al libro (o bien, quienes quieran tenerlo) me hagan llegar sus comentarios, críticas, solicitudes, consultas, pedidos, invitaciones, reclamos, insultos y todo lo demás que la obra les inspire. Por lo tanto, siéntanse libres de decir lo que les venga en gana.

viernes, 24 de mayo de 2013

Bertolt Brecht: "Hay quienes luchan toda la vida..."

Bertolt Brecht es sin duda uno de los mayores poetas de lengua alemana. Ha sabido incorporar los temas candentes del siglo XX en el lirismo clásico de la tradición germánica. Uno puede pasar de leer la poesía de Heine, Goethe o Hölderlin a la de Brecht sin notar solución de continuidad en cuanto al estilo, pero sin duda percibirá un mayor cercanía y calor en cuanto a las cuestiones tratadas.
Los dejo aquí con algunas de las traducciones que he hecho de su obra. Espero que las disfruten tanto como he disfrutado yo al verterlas al español.


Wer zu Hause bleibt - Bertolt Brecht

Wer zu Hause bleibt, wenn der Kampf beginnt
Und lässt andere kämpfen für seine Sache
Der muss sich vorsehen: denn
Wer den Kampf nicht geteilt hat
Der wird teilen die Niederlage.
Nicht einmal den Kampf vermeidet
Wer den Kampf vermeiden will: denn
Es wird kämpfen für die Sache des Feinds
Wer für seine eigene Sache nicht gekämpft hat.

Quien se queda en su casa – Bertolt Brecht

Quien se queda en su casa cuando la lucha empieza
y deja que los otros combatan por su causa
deberá precaverse
de que quien no comparte la batalla
compartirá no obstante la derrota.
No evitará la lucha
quien pretenda evitarla.
Luchará por la causa del rival
quien no combata por su propia causa.


Der Radwechsel - Bertolt Brecht

Ich sitze am Straßenhang.
Der Fahrer wechselt das Rad.
Ich bin nicht gern, wo ich herkomme.
Ich bin nicht gern, wo ich hinfahre.
Warum sehe ich den Radwechsel
mit Ungeduld?

El cambio de rueda - Bertolt Brecht

Estoy sentado en la vereda.
El conductor cambia la rueda.
No me place de dónde vengo.
No me place hacia dónde voy.
¿Por qué miro cambiar la rueda,
con impaciencia?


Die Lösung - Bertolt Brecht

Nach dem Aufstand des 17. Juni
Ließ der Sekretär des Schriftstellerverbands
In der Stalinallee Flugblätter verteilen
Auf denen zu lesen war, daß das Volk
Das Vertrauen der Regierung verscherzt habe
Und es nur durch verdoppelte Arbeit
zurückerobern könne. Wäre es da
Nicht doch einfacher, die Regierung
Löste das Volk auf und
Wählte ein anderes?

La Solución – Bertolt Brecht

Después del levantamiento del 17 de Junio,
dejó el secretario de la unión de escritores
esparcidos volantes en la avenida Stalin,
en los que se leía que el pueblo
habría perdido la confianza en el gobierno
y que sólo a través de un doble trabajo
éste la podría recobrar. ¿No hubiera sido
mucho más sencillo que el gobierno
disolviera al pueblo
y eligiera a otro?


Das Lied von der Moldau - Bertolt Brecht

Am Grunde der Moldau wandern die Steine
Es liegen drei Kaiser begraben in Prag.
Das Große bleibt groß nicht und klein nicht das Kleine.
Die Nacht hat zwölf Stunden, dann kommt schon der Tag.

Es wechseln die Zeiten. Die riesigen Pläne
Der Mächtigen kommen am Ende zum Halt.
Und gehn sie einher auch wie blutige Hähne
Es wechseln die Zeiten, da hilft kein Gewalt.

Am Grunde der Moldau wandern die Steine
Es liegen drei Kaiser begraben in Prag.
Das Große bleibt groß nicht und klein nicht das Kleine.
Die Nacht hat zwölf Stunden, dann kommt schon der Tag


La canción del Moldava – Bertolt Brecht

Al fondo del Moldava peregrinan las piedras.
Yacen tres soberanos sepultados en Praga.
Ni el grande ni el pequeño persisten tal cual eran.
Tras doce horas de noche, ya viene la mañana.

Van cambiando los tiempos. Los enormes proyectos
de lo más poderosos terminan en la nada,
y se van todos juntos como grifos sangrientos.
Van cambiando los tiempos, el poder no los para.

Al fondo del Moldava peregrinan las piedras.
Yacen tres soberanos sepultados en Praga.
Ni el grande ni el pequeño persisten tal cual eran.
Tras doce horas de noche, ya viene la mañana.

viernes, 26 de abril de 2013

La Realidad como un Haz de Rectas

Escribí este pequeño ensayo filosófico-matemático hace 5 o 6 años. No adelantaré más nada respecto del mismo, porque, por un lado, ya de por sí es demasiado extenso; y por el otro, creo que él mismo se explica de manera acabada.
Solamente diré que está dedicado a mi amigo Francisco Paschetta.


La Realidad como un Haz de Rectas.

Lo siguiente es una pequeña exposición mediante la cual voy a tratar de esbozar mi visión particular (y muy humilde) acerca de qué es aquello que los hombres han convenido en llamar “Realidad”, y si es o no concebible ésta en toda su vasta complejidad para un simple mortal. No pretendo con esta exposición convencer a nadie, ni mucho menos, ya que esto no es panfleto religioso ni ideológico ni político ni moral. Además, de tener éxito en tal intento, yo mismo atentaría contra los postulados radicales de mi teoría, contra su ulterior desarrollo, sus conclusiones y todo lo demás. Lo que significa que, en última instancia, mientras mayor sea el desacuerdo que presenten los eventuales lectores para con esta teoría, mayor va a ser el consenso que al mismo tiempo le brinden, y viceversa: mientras mayor sea el respaldo que le otorguen, menor será el apoyo que en definitiva le estén dando. (O bien, si se quiere, más ponen en jaque su veracidad).
No vaya usted a creer, querido lector, que esta vorágine de elucubraciones constituye la gran revolución del pensamiento, puesto que no es más que la presentación de la curiosa -y acaso didáctica- forma en que, por distintas circunstancias e inspiraciones, he llegado a visualizar someramente la naturaleza de la complejísima trama que es la realidad. Como no quiero convencer a nadie, seré tan breve como me sea posible; pero, aun así, procuraré ser lo suficientemente cauteloso como para no conducir a equívocos en la interpretación, y ahorrarle así al lector tediosas explicaciones suplementarias.
Comencemos. En el plano bidimensional, o en lo que se llama eje de coordenadas cartesianas, es posible situar un punto: un punto cualquiera, sin grandes virtudes, salvo dos: que sea un punto y que esté situado. A ese punto se lo denomina en la jerga “haz de rectas”, y tiene siempre una posición particular, dadas por sus coordenadas en los ejes X (abscisas) e Y (ordenadas) del plano bidimensional, el cual es, cabe recordarlo, esencialmente infinito.
Ahora bien, la razón por la que se le llama haz de rectas es que, mientras este punto sea único en el plano, admite que a través de él pasen infinitas rectas (o líneas), cada una de las cuales tendrá diferente pendiente (o inclinación), y también diferente ordenada al origen (o puntos de partidas en el eje vertical Y). Si existiesen dos puntos tales sobre el plano, sólo sería posible que a través de ambos pasase una única recta, la que tendrá determinada pendiente y determinada ordenada al origen.
Si usted me sigue, continúe leyendo en el próximo párrafo; si no, repase sus apuntes de matemática, o bien, si le place, deje de leer este articulo y póngase a hacer otra cosa. Da igual de todos modos.
¿Me sigue? Muy bien, continuemos entonces. Fíjese usted cuán curioso se torna todo a partir de ahora. Supongamos que otorgamos a ese punto en particular del plano (que, como dijimos antes, se llama “haz de rectas”) el valor de la realidad. O, en otras palabras, decimos que a la realidad podemos figurarla como un haz de rectas. Suponemos que ese pequeño punto en el plano infinito es, entonces, a partir de ahora, la compleja realidad.
¿Un poco asustado, estimado lector? ¿Acaso tal vez confundido? No se preocupe, ambas cosas son buenos síntomas. Significa que usted aún goza de buena salud, porque todavía esta vivo. Quien no padezca, de cuando en cuando, confusión o miedo, o bien está muerto, o bien es un perfecto imbécil. Le ruego entonces que continúe leyendo y quizás pueda usted disipar estas penosas perplejidades a la brevedad.
Prosigamos: si ese pequeño punto en el plano, con unas coordenadas determinadas en los ejes X e Y que determinan su posición, es la realidad, se preguntará entonces usted, con muy buen criterio, qué son las infinitas rectas que lo traspasan y que van en distintas direcciones. Muy bien, se lo diré, estas rectas son las fantasías de los hombres. ¿Cómo dice? ¿Las fantasías? Así es, cada recta se corresponde con la fantasía de un hombre (o mujer) en particular, con una determinada pendiente (o inclinación) y una determinada ordenada al origen (o punto de partida).
Que quede claro que cuando hablo de fantasía me refiero al cúmulo verdades íntimas, deseos, aspiraciones, anhelos inefables, todo aquello que es inalterable para el individuo, que constituye el combustible de su voluntad, y que es más bien para él un axioma, un cristal coloreado, del que se vale, consciente o inconscientemente, para decantar la realidad que le rodea. Todo lo cual lo hace de manera congruente con su propósito en el universo y en la vida en general (propósito que permanece, durante toda su vida, arcano para él). En otras palabras: su sistema de creencias.
Por otro lado, cada una de estas fantasías (representadas por las rectas) viene determinada por dos aspectos inseparables entre sí: su pendiente –o inclinación-, que representa, si se quiere, el perfil psicológico de cada uno; y su ordenada al origen –o punto de partida-, que representa el cúmulo de circunstancias que constituyen la coyuntura existencial de cada persona (en otras palabras, su situación vital concreta). Ambos aspectos, cabe recalcar, no son escindibles uno de otro más que en el contexto que demarca la abstracción ficticia del análisis.
Ahora bien, como dijimos, aquel ínfimo punto en donde convergen en su trayectoria estas infinitas fantasías es nada más y nada menos que la realidad; la cual, como se ve, es patrimonio colectivo de toda la humanidad. Y no una propiedad privada, como tienden a creer muchos…
¿Todavía sigue allí? ¿Cómo…? ¿No lo he espantado aún…? Bueno, continuaremos con la exposición entonces. Pero recuerde que todo esto es irrelevante a los fines prácticos, y puede usted abandonar la lectura cuando lo crea conveniente y dedicarse a sus menesteres cotidianos.
Bien, qué nos dicen entonces las coordenadas del plano, hablo de los ejes X (de abscisas) e Y (de ordenadas). No lo sé, nada en particular, no me ha sido posible asignarles un valor concreto sin desvirtuar el resto de la teoría. La simplificación del modelo nos prohíbe rotundamente asignarle una función específica a estos ejes. La teoría perdería riqueza didáctica si así lo hiciera.
Piense el lector, por lo tanto (y si lo necesita), que estos ejes sólo nos sirven indicar la posición de una realidad definida en términos que mantendremos indefinidos, pero que nos permiten ver que es posible, de alguna manera, diferenciarla de otras realidades análogas en el plano infinito. Y en cuanto a las rectas que representan las fantasías, como ya hemos esbozado, las ordenadas al origen nos indicarían de dónde vienen (algo así como su situación existencial), hacia dónde van (algo así como su propósito primordial), y su inclinación (algo así como las preferencias y aspiraciones, condensadas en eso llamamos “voluntad”).
Le suplico, estimado lector, que no se exaspere por la precariedad científica de mi modelo. Tenga usted muy en cuenta que no es un tema sencillo el que trato de explicar con este sencillo modelo. Por lo demás, es la mejor manera que he encontrado para hablar de estos temas. Sígame tan sólo un momento más; estoy a punto de terminar con todo este nudo matemático-metafísico.
¿Quién, en definitiva, dibuja ese punto que constituye la realidad en el plano, punto que es propiedad mancomunada de la humanidad? Yo, a semejante ente, le llamaría Dios. ¿Quién configura las fantasías de los hombres, articulando sus situaciones vitales e inclinaciones psicológicos, y luego se las asigna a cada quién en función de su propósito en el universo? El mismo ente supremo: Dios. Ahora bien, queda claro que una cosa está en función de la otra: o bien la realidad de las fantasías, o bien las fantasías de la realidad. ¿Cuál es el orden de prelación? ¿Cuál es el factor principal? En suma, ¿qué es lo primordial, la realidad o la fantasía? No lo sé. Le invito al lector a que ejercite su imaginación y ensaye alguna respuesta; yo le prometo que de nuestra parte será bien recibida.
En síntesis, lo que estamos postulando es que Dios no es tan sólo causa inmanente del universo en un sentido material (como creen los modernos físicos, y, a través de su influjo, la opinión vulgar), sino que lo es también –y no menos importante- en un sentido formal; esto es, en el sentido esencial que cada uno da a aquella entidad concreta y abstracta al mismo tiempo, aquella sustancia radicalmente dinámica que se ha dado en llamar “La Realidad”.
Conclusión: Para cada uno de los hombres, para cada uno de nosotros, es rigurosamente imposible elevarse por medio del pensamiento por encima de sí mismo y de la fantasía (o misión de verdad) que le ha sido adjudicada como patrón de sus ideas y anhelos, con el objeto de descubrir racionalmente su propósito en el universo y escrutar cabalmente la realidad que coadyuva a configurar. Porque, aunque la realidad sea una ínfima porción del campo ilimitado que conforman las infinitas fantasías humanas, algo así como la intersección entre todas ellas (haz de rectas), mientras el hombre más intenta comprenderla, ésta más se le aleja, adquiriendo en tal proceso superlativa complejidad. Pues bien sabemos todos que la porción de algo ilimitado es también ilimitada, por más pequeña ésta que sea.
La realidad se comportaría así como una doncella temerosa, la que, mientras mayor y mejor sea el cortejo de su galán enamorado, más esquiva y tímida se le revela. Esto sucede por una razón, principalmente: cada quién sólo dispone de una porción de la realidad, la suya propia, y aunque el esfuerzo por comprenderla que emprenda sea digno y monumental, jamás podrá franquear sus propios límites, los límites de su propia fantasía. La verdad es personal y relativa, y, por lo tanto, no es verdad. Es en sustancia única, pero en esencia múltiple. Tan sólo queda como certero el campo de las matemáticas y de la lógica abstracta, que no nos muestran otra cosa que los mecanismos de que se vale el raciocinio humano (no necesariamente similar al del Ente Supremo) para diseñar sus nociones y emblemas. Todo lo demás es, y seguirá siendo, mera especulación, mera conjetura (que, no niego, puede tener un número mayor o menor de adeptos).
Y si por ventura coincide nuestra opinión con la de algún prójimo, esta coincidencia es sólo casual, aparente y superflua, y tiene su raíz en las limitaciones de nuestro lenguaje y en la necesidad muy humana de “sociabilizar” (o, dicho más coloquialmente y en argentino, de “encajar”).
Aun así, mi querido y muy paciente lector, le ruego que no se desaliente. Le aseguro que vale la pena el enamoramiento, el cortejo, la frustración, el reencuentro, el beso y todo lo demás. Porque la realidad es esencialmente dinámica, y por lo tanto inaprensible. Está hecha de sucesivos e inéditos momentos. El gran desafío consiste en descubrir la trama personal que contiene cada uno de ellos, para así poder actuar libremente: desplegar nuestro ser verdadero. Puesto que, aunque la verdad no sea absoluta, aunque no sea sino personal y relativa, es lo más preciado que tenemos, y nos la debemos ganar. De esta forma, la realidad de que nos hagamos cargo es tanto más “real” cuanto mas individual sea, cuanto más inefable, y cuanto mayor sea el trabajo que nos cueste adquirirla.
Muy bien nos lo enseña el maestro Sócrates, quien fue un hombre que dedicó su vida al estudio de esta realidad inescrutable, sabiéndola inescrutable, cuando decía: “sólo sé que no sé nada”. O de manera análoga, Descartes, el padre del renacimiento cuando decía: “Pienso, por lo tanto existo”, y hablaba de Dios como la fuente absoluta de toda verdad. Pascal también nos decía que “la suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan”. Le propongo, por lo tanto, esta humilde síntesis: “PIENSO, POR LO TANTO EXISTO, PERO (EN RIGOR) NO SÉ NADA, Y POR FUERZA, NO ME QUEDA MÁS REMEDIO QUE CREER”.
¿Cómo…? ¿Que no está usted de acuerdo conmigo? Créame que no me extraña en absoluto.

viernes, 19 de abril de 2013

Primer poema

Como ya compartí con ustedes mi primer cuento, voy a compartir ahora mi primer poema completo.
Fue escrito hace unos 8 años. En el momento en que lo concebí, no había leído más poesía que el Infierno de Dante, el Martín Fierro y algún que otro poema de Almafuerte. (Quizá puedan notar algo del estilo solemne y barroco del florentino, aunque tal vez lo mío suene como un remedo ridículo). No puedo citar ninguna otra influencia poética (no es que no la haya habido; pero, en todo caso, excede mi memoria y mi consciencia).
A través de los años, y a medida que fui adquiriendo conocimientos y experiencia, ha sufrido muchas variaciones hasta asumir la forma acabada en que se los presento hoy. No es de los trabajos con los que más conforme estoy, pero si lo he guardado y atesorado es porque constituye mi primera manifestación poética.  Es más, confieso que los siguientes 5 o 6 trabajos han sido tan malos que no dudé en desecharlos.
En fin, les tengo que pedir disculpas de antemano por sus muchas faltas, y espero que tengan la benevolencia de encontrarle alguna bondad.


LA BRÚJULA SAGRADA


Hace ya un largo, largo tiempo,
en una tarde tormentosa,
en que el cielo vertía lágrimas
sobre la tierra pedregosa,
dejé mi precario refugio,
anhelando un jardín de rosas;
pero al adentrarme en el páramo
se tornó mi visión borrosa,
y ante el embate de la duda
surgió mi mente prodigiosa.

Pero al alzar la vista vi
que desde arriba me acechaba
un cóndor de sombrías alas
y atroces garras de carmín;
y me eché a andar por una senda
que entonces se me reveló:
como una fúlgida alborada
tras la nefasta noche negra,
fue para mí esa estrecha senda
que ante mis ojos se encendió.

Fueron miles las peripecias
que el tiempo magno deparó
a mi alma, en aquellos valles
de sombra y muerte que cruzó;
pero la luz de una alta estrella,
que fue el reflejo de mi amor,
me dio su guía soberana,
y en el camino me alumbró:
como una brújula sagrada,
mi propio rumbo me mostró.

viernes, 12 de abril de 2013

Der neue Advokat - Franz Kafka

Gente, ésta es mi traducción de uno de mis cuentos favoritos de Kafka. Estudio alemán, y de vez en cuando ejercito un poco haciendo alguna traducción literaria. Por supuesto, para darme mayor motivación, siempre tomo alguno de mis autores favoritos.
Para mí, la actividad en sí es placentera, y lo es por partida doble: en primer lugar, porque sencillamente me gusta estudiar este maravilloso idioma; y en segundo lugar, porque puedo descubrir los matices literarios más profundos de las versiones originales.
Así fue que me di cuenta de que este cuento no estaba satisfactoriamente traducido en las versiones en español que había leído hasta el momento en que me fue posible acceder al original. Por eso, decidí hacer mi propia traducción, rescatando (o poniendo énfasis) en algunos aspectos que (para mí) han sido descuidados en esas versiones.
Pero, de todos modos, cabe aclarar algo que es obvio: lo que se dice en un idioma no se puede decir igual (con todos los matices, connotaciones emocionales, símbolos, nexos, etc.) en otro idioma distinto.


El nuevo Abogado - Franz Kafka

Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucéfalo. En su exterioridad, recuerda poco la época en que aún era corcel de batalla de Alejandro de Macedonia. Quien, no obstante, está al tanto de las circunstancias, algo nota. De hecho, he visto yo mismo últimamente en las escalinatas a un ujier completamente cándido, con la mirada ávida propia de los pequeños parroquianos de las carreras, contemplar al abogado, mientras éste, irguiendo bien las ancas, con paso que resonaba sobre el mármol, subía de peldaño a peldaño.
En general, el colegio aprueba la admisión de Bucéfalo. Con asombrosa comprensión, se dice que Bucéfalo, dado el actual ordenamiento de la sociedad, se encuentra en una posición complicada, y que, por lo tanto, considerando asimismo su significado en la historia universal, merece en todo caso que se le hagan concesiones. Hoy en día (nadie lo puede negar) no hay ningún Alejandro Magno. De matar entienden ciertamente algunos; tampoco falta la habilidad para darle al amigo arrojando la lanza sobre la mesa del banquete; y para muchos Macedonia es demasiado estrecha, por lo que maldicen de Filipo, el padre –pero nadie, nadie puede guiar hacia la India. Incluso entonces las puertas de la India eran inalcanzables, pero la espada del rey señalaba el rumbo. Hoy las puertas están ya en otro lado; más lejos y más alto han sido llevadas; nadie señala el rumbo; muchos sostienen espadas, pero sólo para fanfarronear con ellas, y la mirada que pretende seguirlas se termina perdiendo.
Quizá por eso sea lo mejor sumergirse en los códigos legales, como lo ha hecho Bucéfalo. Libre, exoneradas las ancas del lomo del jinete, junto a la quieta lámpara, lejos del fragor de la batalla de Alejandro, lee y da vueltas las hojas de nuestros viejos libros.

Hasta siempre, mi pebeta

Éste es un tango cuya letra compuse hace unos 4 o 5 años. Más tarde (el año pasado, más precisamente) le agregué la música, aunque de una manera bastante torpe, debo reconocerlo. (Pese a que me manejo con la guitarra, carezco de habilidades musicales de oficio). Fue entonces cuando tuve el atrevimiento de mostrar este proyecto de canción a mis amigos Cristian Brugiafreddo y Diego Rolón Soto, ambos excelentes músicos. Ellos tuvieron la deferencia de intervenir, arreglando un poco la armonía, así como algunos detalles de la melodía. Y no sólo eso, sino que además me hicieron el honor de cantarla (Cristian, que es un gran cantante de tango) y de tocarla (Diego, que es un gran guitarrista de casi todos los géneros musicales) para su grabación.
En lo que se podría denominar "las sesiones de la despedida", se esculpieron éste y otros temas.

HASTA SIEMPRE MI PEBETA

Se ha apagado para siempre
La ardua llama de mi cirio,
Y en el campo de los lirios
Una huella se perdió.
Guarde Dios a la pebeta
Que ha sido mi amiga fiel, 
Y al jardín de las promesas
Que con lágrimas regué.

Mi traje azul de domingo
Con el luto se tiñó,
Cuando el frío de la muerte
Acalló su dulce voz.
Pero sé que ella me espera
Más allá de este ancho mar,
Y que el tiempo que me queda
Lo viviré en soledad.

Hasta siempre, muchachita;
Hasta siempre, corazón;
Tu rosa blanca yo guardo,
Para alivio del dolor.
Hasta siempre, mi pebeta;
Esperame, que ya voy;
Cuando alcance la otra orilla,
Quiero que me aguardes vos.

Desde el día que te fuiste,
Las noches son despiadadas,
Y las pálidas mañanas
Son mezquinas con el sol.
Esa tarde en que partiste
Mis alondras se volaron;
Y en el monte más aciago,
Mi consuelo se perdió. 

Hasta siempre, muchachita,
Hasta siempre, viejo amor;
Tu rosa blanca conservo
Pa´ aliviar mi corazón.
Hasta siempre, mi pebeta;
No me extrañes, por favor;
Cuando cruce al otro lado,
Quiero que me abraces vos.



domingo, 7 de abril de 2013

En las frías jornadas del invierno - Gottfried Keller

Éste es uno de los mejores poemas en idioma alemán que he leído hasta el momento. El autor se llama Gottfried Keller, es suizo y vivió en el siglo XIX.
El poema en cuestión es una celebración al desengaño. A través del mismo, el poeta manifiesta su pérdida de fe en el más allá, su abandono de la creencia en la inmortalidad y cómo una especie de redención surge de este desapego a la ilusión.
Por último, les hago la aclaración de que fue vertido español por quien suscribe, y que se trata de una traducción literaria, no literal. Es decir, ponderé, por sobre el significado textual de las palabras, la musicalidad de los versos, tratando de replicar la del original, conservando el espíritu del poema.
De todos modos, lo que se dijo en alemán no se puede decir igual en español, y viceversa.


Ich hab' in kalten Wintertagen - Gottfried Keller

Ich hab’ in kalten Wintertagen,
In dunkler, hoffnungsarmer Zeit
Ganz aus dem Sinne dich geschlagen,
O Trugbild der Unsterblichkeit!

Nun, da der Sommer glüht und glänzet,
Nun seh’ ich, daß ich wohl getan;
Ich habe neu das Herz umkränzet,
Im Grabe aber ruht der Wahn.

Ich fahre auf dem klaren Strome,
Er rinnt mir kühlend durch die Hand;
Ich schau’ hinauf zum blauen Dome -
Und such’ kein beßres Vaterland.

Nun erst versteh’ ich, die da blühet,
O Lilie, deinen stillen Gruß,
Ich weiß, wie hell die Flamme glühet,
Daß ich gleich dir vergehen muß!

En las frías jornadas del invierno - Gottfried Keller

En las frías jornadas del invierno,
en hoscas horas de esperanza incierta,
te he desterrado de mi propio seno,
oh espejismo de la vida eterna.

Ahora que el Verano brilla y arde,
ahora sé que opté por lo mejor;
le he puesto al corazón un nuevo traje,
en su tumba descansa la ilusión.

Viajo sobre el arroyo refulgente,
que fluye refrescándome la mano;
observo hacia la cúpula celeste,
y no busco un país mejor dotado. 

Recién ahora entiendo el que germine,
oh lirio, tu saludo silencioso:
sé que, por mucho que la llama brille,
debo partir y abandonarte pronto.



Primer cuento

Bien, comencemos entonces. Como ustedes sabrán, a la hora de comenzar algo, no hay mejor forma de hacerlo que desde el principio. Esto es, lo que se dice, una "perogrullada". Por eso, lo primero que voy a compartir con ustedes es mi primer cuento, escrito hace ya más de 6 años.
Se llama "Un sueño agitado", y, en rigor de verdad, no es uno de mis favoritos de los que he articulado. Consta de dos partes: en la primera, se describe un sueño, que en verdad tuvo quien suscribe (pero no puedo decir que sea una fiel transcripción, puesto que la vigilia le quiso agregar ella también algunos de sus adornos); y en la segunda, se trata de interpretar ese sueño, no ya en sí mismo, sino como sueño en sí.
En fin, cuando lo lean quizá entiendan lo que quise hacer. Yo creo que peca de excesiva claridad, algo que no es bueno en la literatura, ni en el arte en general.


Un sueño agitado

Bautista se dio cuenta un día, luego de tener la noche anterior un sueño agitado, que sus fantasías se extienden más allá de las fronteras del sueño.
Había soñado, aquella extraña noche, que caminaba sin sentido, en medio de un desaforado desierto, descalzo sobre la arena ardiente, y bajo el calor implacable de un sol inclemente; un horizonte vacío se prolongaba hasta el infinito. Advirtió que invadía a su espíritu una sensación de pesadumbre y nostalgia que nunca antes había tenido, un sentimiento de profunda e insalvable soledad.
Mientras erraba por aquel terreno inculto, desesperanzado y triste, vio a lo lejos la figura de su padre, lo que lo reconfortó, brindándole una brisa de alivio. Corrió hacia él, surcando los médanos, pero por mucho que corría no lograba alcanzarlo. La distancia que los separaba era, por momentos, tan inmensa como la de un océano, y, por momentos, tan pequeña como la de unos pocos pasos. Parecía como si la intención de su padre fuera, tan sólo, la de marcarle algún rumbo dentro de la infinidad de posibilidades que al caminante se le presentan en la vasta inmensidad del desierto.
Después de mucho fatigar las dunas, Bautista logró al fin dar con él, quien parecía estar esperándolo desde hace siglos. El joven no pudo contener una avalancha de preguntas que se aglutinaron en su mente, sin orden ni coherencia. Su padre respondió a todas aquellas desesperadas inquisiciones con un gesto silencioso, gesto que insinuaba una sonrisa, pero que era casi imperceptible; y haciendo un ademán con su mano le señaló la dirección en que se erigían dos gigantescas figuras de piedra, que Bautista aún no había advertido.
Azorado ante la imagen imponente de aquellos colosos de mármol, el muchacho no pudo evitar que las lágrimas brotasen de sus atónitos ojos. Aquellas portentosas estatuas, que se extendían desde la tierra hacia los cielos, hasta alcanzar los confines del firmamento, evocaban dos ancestrales guerreros, ataviados para la batalla. Sus rostros le resultaban desconocidos a Bautista, pero aun así los hallaba extrañamente familiares.
Entonces, con el ánimo renovado y su corazón colmado de nuevas esperanzas, se echó a andar con toda seguridad por el único camino que ahora se le presentaba como posible, como verdadero.
Luego de atravesar un estrecho puente de madera que cruzaba un insondable precipicio, ingresó por el portal gótico de un sombrío palacio en ruinas. Un tenue resplandor violeta iluminaba sus salas. Notó que los altos muros del castillo eran como los de un grotesco cementerio: cada uno de ellos contenía un sinnúmero de nichos asimétricos, dentro de los que se albergaban los despojos de aquellos que en otros tiempos, en otros mundos, en otras vidas, habían sido personas, como él.
Bautista sintió angustia por ellos, pero también sintió angustia por sí mismo, porque descubrió que en su profundidad más íntima, en el recinto más verdadero y propio de su persona, se hallaba solo, irremediablemente solo.
Tras desenredar el laberinto que entretejían las cámaras del cementerio, el joven se encontró a sí mismo parado en la cima de una montaña. Le pareció haber ascendido a la cumbre de la Tierra. Aspiró el viento gélido y diáfano de las alturas, y escudriñó los vastos horizontes. Divisó, en las lejanías del rojo poniente, un fastuoso edificio suspendido inexplicablemente en el aire; sus imposibles formas cautivaron su corazón. Maravillado ante aquel prodigio, comenzó a descender de la cúspide en dirección a él, y poco después despertó.

Bautista permaneció en su cama por algunos momentos, recorriendo con su mente las alucinaciones de su extraño sueño. La alarma de su reloj despertador puso fin a sus elucubraciones, sumergiéndolo bruscamente en la helada realidad; eran ya las siete de la mañana y debía disponerse a ir al trabajo.
Se levantó y preparó su desayuno, al tiempo que oía las tempranas y triviales noticias que, no sin gravedad en el tono, anunciaba la voz eléctrica de la radio. Cuando hubo acabado, tomó su maletín y su abrigo, y salió.
La mañana estaba fría; los cielos, estorbados por nubes grises; y los aires, cargados de reminiscencias. Transitando por las calles de su barrio, el muchacho saludaba ocasionalmente a sus vecinos, quienes, como él, se disponían a comenzar la jornada. Cada uno de ellos se hallaba, como cada mañana, absorto en sus actividades cotidianas. Bautista tuvo por vez primera en su vida la impresión de que el impulso con que estas personas llevaban a cabo estas tareas provenía de un remoto pasado, y que sólo restaba de él una extraña inercia cuyo efecto parecía no cesar; tal como si hubiesen decidido, en aquel remoto y perdido pretérito, las cosas que harían durante el resto de su existencia, y que, ahora, tan sólo se limitaban a cumplir con rigurosa minuciosidad los pasos de un plan maestro que era -o parecía ser- a la vez infalible e insoslayable.
Sacudió de su mente esos vertiginosos pensamientos diciéndose a sí mismo: “¿Acaso no tengo problemas más serios de que ocuparme? Estoy llegando tarde la oficina, y lo único que ganaré será otro reproche del jefe”. Apuró su marcha, entonces; pero aquellos furtivos fantasmas de su conciencia no dejaron de perseguirlo.
Caminando ya por la avenida, vio en la vereda de en frente a la mujer de quien él había estado enamorado largo tiempo. Sintió en su interior reavivarse vestigios de congojas pasadas; jamás había tenido la oportunidad de que ella lo escuchase, de que en verdad escuchase cuanto él tenía para decirle. Recordó al instante todos aquellos años durante los que duró su idilio, y le parecieron, paradójicamente, el periodo de su vida en que más vivo y feliz se ha sentido, pero también el más turbulento y doloroso.
Supo entonces que las fantasías, las suyas propias y las de sus semejantes, se extienden más allá de las fronteras del sueño, y se inmiscuyen subrepticiamente dentro de las lúcidas regiones de la vigilia, vestidas con el atuendo de la sobria realidad. Y una vez allí, donde creemos los hombres hallarnos exentos de su influjo, ejercen con mayor eficacia su dominio sobre nuestros actos, puesto que ignoramos por completo su accionar.
Bautista comprendió así que nunca le hubiera sido posible franquear los muros del sueño de su amada, hallándose él mismo inmerso en otro, tan grande, tan profundo y tan hermético como el de ella.
Se estremeció ante el descubrimiento de cuán inmenso y trágico es todo destino humano, y se sintió profundamente maravillado.